Todo
el mundo habla de la necesidad de una reforma constitucional. Desde
partidos políticos de distinto signo, hasta personalidades
destacadas de la política, o de otros sectores del colectivo social.
Muchas personas de puntos de vista muy diversos se manifiestan
abiertamente sobre la necesidad de una reforma constitucional. El
problema es que no dicen qué reforma es ésa en la que cada uno está
pensando. Y eso es no decir nada. Parece que están todos de acuerdo
en algo, y en el fondo puede que estén en desacuerdo en todo.
Pero
no me cabe duda de que al final la reforma constitucional se llevará
a cabo. Al final se pondrán de acuerdo todos ellos, partidos y
personalidades destacadas, o la mayoría de ellos, y nos impondrán
una reforma. Su refrito de reforma. A nosotros, al pueblo, nos
citarán, al final, para que firmemos con nuestros votos simbólicos,
en un día, todo lo que ellos se habrán cansado de pactar y negociar
a su conveniencia durante meses. Nosotros, ese día, firmaremos lo
que nos echen.
Ya
nos lo hicieron antes, en 1978, cuando nos colocaron la constitución
actual. Y, si no cambiamos el modus operandi, nos lo volverán a
hacer de nuevo.
Realmente
es necesario reformar esta constitución que nació, obsoleta, como
un sistema de blindaje de un status privilegiado para una casta
política, que se atribuyó a sí misma todas las competencias para
decidir sobre todo, que puso en sus propias manos la baraja trucada,
sin dejarle al pueblo ni siquiera la opción de cortar. Por si fuera
poco, esta constitución de 1978 nació cautiva de unos poderes
fácticos, como el nacionalismo, amparado entonces por unas
organizaciones terroristas que metieron sus siglas y sus diputados en
aquellas cortes constituyentes, y por unos políticos de izquierdas
que, tras 40 años de obligado silencio, se sentían ahora con
derechos morales sobre aquel pueblo para imponer en su nombre unas
condiciones históricas que nadie en aquel momento reclamaba. Si por
razones históricas hubieran reclamado la vuelta del motor de
gasógeno que se usaba hacía 40 años hubiese tenido la misma
significación. Pasaron por encima de un pueblo esperanzado,
aprovechándose de su ignorancia para burlarse de él. Podían
haberse esforzado en ilustrarlo y haber esperado esta ilustración
para proponerle después los revolucionarios cambios que acometieron
entonces. Pero sabían que el pueblo iba a decir que sí a lo que
fuera, y se aprovecharon. Me refiero principalmente al novedoso
asunto de las autonomías que nadie les pidió, sólo un reducido
número de políticos. Nadie sabíamos que era eso, hasta que su
puesta en práctica nos lo fue enseñando. Se burlaron de nosotros, y
nos pusieron a todos de rodillas, ante aquellos poderes fácticos,
con nacionalismos disfrazados de autonomías o con leyes electorales
reñidas con la lógica y con la matemática.
Por
eso, por dignidad nacional y por sentido de lo correcto, necesitamos
cambiar esta vieja constitución. Pero necesitamos cambiarla
nosotros, y, para eso, lo primero que hay que cambiar es el sistema
de diseñar y aprobar los cambios. No puede ser que otra vez 350
diputados discutan a puerta cerrada, durante meses, para preparar un
largo documento que luego nosotros tendremos que aceptar o rechazar
entero, sin opción de discutir, sin opción de introducir enmiendas
parciales, sin siquiera opción de preguntar. Es necesario que se
abra para este asunto un proceso interactivo de diálogo permanente
entre los redactores de la constitución, los distintos grupos del
congreso, y el pueblo, éste representado por segmentos del uno por
mil tomados al azar. Si no es así, nos volverán a engañar. No hay
ninguna prisa para hacer algo tan importante. Puede hacerse bien, y
debe hacerse bien, sin prisa, pero sin pausa.
Yo
creo que esta reforma constitucional debería ser votada por el
pueblo, por lo menos, título por título. Creo que cada decisión
crucial debería ser explicada al pueblo y después someterla a
votación. Su estructura: ¿Nuestra constitución debe tener 10
títulos o sólo los 2 primeros y dejar los demás títulos, como
asuntos más susceptibles de cambio, fuera de ella, regulados por
leyes orgánicas?. Las alternativas de Estado posibles: ¿Queremos
los ciudadanos financiar un Estado federal o autonómico, con 17
gobiernos y 17 parlamentos o queremos un Estado unitario con un sólo
gobierno y un sólo parlamento? La identificación del estado:
¿Queremos que existan idiomas cooficiales y banderas cooficiales, o
queremos tener solo un idioma oficial, vehículo lingüístico de la
enseñanza y de la comunicación oficial, aunque existan libremente,
a nivel no oficial, y se protejan como un patrimonio cultural el
resto de los idiomas no oficiales, su folclore, su historia y sus
tradiciones locales, sin necesidad de tener que escribir esta
obviedad en el título preliminar de la constitución, como se hizo
en 1978, dando pie a todos los retos y burlas a la constitución y al
Estado, y abusos sobre los particulares, que se han derivado de estas
aparentemente inocuas y bienintencionadas manifestaciones
constitucionales? Si se está escribiendo la constitución de un
Estado hay que preocuparse, en ella, de ese Estado, de que sea fuerte
y respetable, no distraerse con sus regiones, o sus otras lenguas o
sus sindicatos, ni en poner vendas sobre heridas del pasado
inexistentes en la epidermis de los pueblos de España, que fue lo
que hicieron aquellos padres de la patria en este importantísimo
título preliminar- ¿Qué hacía un separatista como Miguel Roca
redactando la constitución de un país del que no quería ser
ciudadano? ¿Si la propia constitución no defiende al Estado que se
crea en ella, y empieza manifestando temores, quién lo va a
defender, quién va a respetar una constitución miedosa? Ésta es mi
opinión personal. Entiendo que otros ciudadanos lo vean de otra
manera, por esa razón, por la libertad de opinión, es tan necesario
discutir públicamente estos asuntos, antes de meterlos en la
constitución de forma automática por sus redactores. Debe ser la
mayoría la que decida sobre ellos después de haberlos explicado y
discutido públicamente con puntos de vista diferentes. No es
problema que tardemos 3 o 5 o 20 años en terminar de redactar una
nueva constitución, ni que tengamos que votar todos los meses para
decidir su contenido. Tenemos todo el tiempo del mundo para hacer una
nueva constitución que tenga vocación de ser conocida y respetada
por todos y en cuya creación hayamos participado todos de una forma
activa. La rapidez no es aquí el objetivo perseguido, sino la
identificación del pueblo con su propio Estado.
Pero
solo podría realizarse de esta forma si previamente se reformara el
procedimiento de hablar del pueblo, para validar los muestreos
aleatorios al uno por mil. Haría falta una ley orgánica que
instituyera este procedimiento. Y eso sólo lo harán estos políticos
si el pueblo se lo exige. Y eso, lo de exigir a los políticos, es la
asignatura pendiente de que estamos tratando en este blogg.
Sólo
después de un cambio que abriese el procedimiento de reforma
constitucional a la participación del pueblo de forma real,
mediante el debate, la divulgación, y la votación fragmentada de su
texto por este método de sondeos al uno por mil u otro similar,
sería aceptable el abordaje de la reforma de nuestra constitución,
sin caer en los errores anteriores, que dieron lugar a la
constitución de un pueblo cautivo de los nacionalismos, de la
corrupción y de los propios políticos.
La democracia cuanto más participativa, más saludable.
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